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domingo, 5 de octubre de 2014

Escultor yucateco da forma a obra creativa para honrar cultura maya





El mundo sostenido por tres enormes tortugas, un templo
dedicado al hombre pensador, un monarca de rostro meditabundo en cuyo
derredor el jaguar se aproxima como amo y señor del inframundo, son
estampas que se tallan sobre madera bajo el nombre de “Cosmogonía Maya.
Patrimonio de la Humanidad”.




A lo largo de 30 meses, el escultor
yucateco Eduardo Cámara Alonzo ha peregrinado por Cancún, Playa de
Carmen y ahora el municipio yucateco de Umán, para dar forma a lo que
considera su máxima obra creativa, en la que la arquitectura, la fauna,
los mitos y el hombre se mezclan para honrar a su cultura, la maya.


Tallada en una madera dura conocida como yaxek, la cual crece en la
selva quintanarroense, “Cosmogonía Maya” deja ver en su base –un óvalo
de 95 centímetros de diámetro- a tres enormes tortugas que sostienen al
mundo maya, mientras una cuarta emerge del mar para dar sustento a la
cultura.

En la parte frontal de la escultura de 1.35 metros y que
poco a poco ha “perdido peso”, al pasar de una tonelada de madera a 650
kilogramos, se ve a un monarca maya, serio meditabundo, que mira al
infinito seguro de la grandeza de su raza y de que perdurará a lo largo
de los siglos.

Una guacamaya, un tapir y un faisán que nace a la
vida forman el penacho, mientras que en la ornamentación de sus orejeras
se aprecian calaveras, serpientes y jaguares en una aparente lucha, la
de los dos animales sagrados más importantes de la cosmogonía maya.


A un lado de la cara también es posible ver su propia concepción del
observatorio maya de Chichén Itzá, conocido como el “Caracol”, y bajo su
rostro un templo lejano con algunos trazos que parecieran ser mayas y
al que ha denominado el Templo del Pensador.

Un águila que
desgarra la piel de una serpiente es una de las estampas más elocuentes
de la obra de Cámara Alonzo, con la cual, aseguró, busca reafirmar el
sentir del pueblo yucateco como parte de la gran nación mexicana.


En la parte posterior de la obra se mira un tercer templo, éste
dedicado a las doncellas, las mismas que eran sacrificadas a los dioses
para honrar el pacto hecho con los hombres, a lo que a través de los
elementos en la naturaleza lo ponía como guardianes del orden en la
naturaleza.

Tapires, un venado y un faisán –símbolo yucateco- se
mezclan con el “movimiento” de cinco loros con lo que simboliza el
verdor del territorio tabasqueño, así como un manatí que juega en las
aguas de la Península de Yucatán.

Ranas y lagartijas abundan en
esta parte de la obra, mientras que en la inferior se puede apreciar una
oquedad en la que el natural movimiento del golpeo de las herramientas
de esculpir deja ver ondas de agua, cristalinas y casi inmóviles como en
los muchos cenotes.

A través de este sitio, los cocodrilos
abundan como lo hacían en la antigüedad, pues donde estos saurios
habitaban nunca falta el agua, por el contrario cuando se marchaban, el
manto de agua se secaba, refirió el creador.

Un hombre recostado
se puede ver en la mayor parte de esta cara de la escultura, quien
parece contemplar la amplia diversidad de la fauna peninsular, al tiempo
que cuida de ella, y sus grandes y regordetes pies parecen indicar que
se encuentra listo para andar en cualquier momento por los caminos
sagrados del Mayab.

Cámara Alonzo reconoció que el concluir esta
obra, posiblemente a fin de año, es su más grande obsesión, por ello no
hay tiempo para crear otras obras menores al mismo tiempo, y es que el
cincel carcome con lentitud la dura madera maya.

No hay mayor
sueño que poderla exponer en una gran galería, en la que todos los
mexicanos puedan verla y hacerla suya, aunque también está consciente
que si al concluir la obra no existe tal espacio, este maya está listo
para ir a la conquista de Europa.




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